De la tra-tran-transgresión

Texto de presentación de las segundas jornadas HIRUGARREN BELARRIA, a desarrollar en Donostia-San Sebastián durante los días 10 al 14 de septiembre de 2012.

O people that I know
It is enough for me to hear the noise of their footsteps
To be forever able to indicate the direction they have taken
Guillaume Apollinaire «»Cortège» 1920.

Esta nueva edición de Hirugarren Belarria tiene como tarea ampliar la percepción que a través del sonido, la escucha y la música podemos hacernos de ciertos dispositivos retóricos y dramáticos que conforman nuestro entorno social. Ya en la primera entrega del seminario, celebrada en septiembre de 2011, decíamos que por su propia irreductibilidad al discurso, el sonido (y por tanto la música) es un campo especialmente fértil para aquellas tentativas de exploración de lo sagrado. Esta condición de límite con el que una y otra vez nos encontramos al discurrir tanto sobre lo «sagrado» como sobre lo «sonoro», nos lleva en esta nueva edición a proponer a una serie de invitados a reflexionar sobre el significado de la noción de transgresión.

Para el Nietzsche de «El nacimiento de la Tragedia en el Espíritu de la Música», la música dionisíaca (algo así como la voluntad misma) surge de la ruptura y de la transgresión del nomos de la antigua Grecia. El éxtasis del sonido dionisíaco irrumpió en un mundo de apariencias e intensificó el cuerpo al grado máximo hasta hacerlo otro: «no el simbolismo de la boca, del rostro de la palabra sino el gesto pleno del baile, que mueve rítmicamente todos los miembros».

Precisamente en un texto de la antigua Grecia, Victor Shklovski encuentra la anécdota del príncipe que se deja arrastrar por la danza en la celebración de su boda: «… hasta el punto que se quitó la ropa y, desnudo, empezó a bailar sobre las manos. Enojado, el rey, padre de la novia, le gritó: «¡Príncipe, por tu danza has destruido tu matrimonio!». «Me da lo mismo», contestó el príncipe y siguió bailando sobre las manos.»

Algunos de estos ejemplos de alteridad que el ritmo de la música y la danza son capaces de generar pueden ser enmarcados en ese espacio que el antropólogo Victor Turner describía como la fase preliminar de un rito de paso. Un lugar donde el agente es un ser inacabado. Alguien que «no es ni una cosa ni la otra», pero que puede ser simultáneamente y transitoriamente las dos condiciones en las que transita.
Un aforismo que dejó escrito Marcel Mauss nos lleva al ojo del huracán: «los tabúes ha sido concebidos para ser violados» decía. George Bataille hizo suya la frase señalando repetidamente la relación entre lo sagrado y la transgresión.

Hoy en día, en el ocio programado, en la música y la danza de masas encontramos lo frenético, lo orgiástico, lo trágico. Así, en la oscuridad de cualquier discoteca podemos hallar una experiencia de lo trágico, quizás domesticada, como un frenesí en conserva, pero experiencia al fin y al cabo. La búsqueda de la alteridad, la huida del mundo, la huida de uno mismo siguen siendo las mismas. Todo el mundo quiere ser otro.

Por su parte, en un libro cuyo argumento son las relaciones entre pensamiento y juego, Javier Echeverría, después de señalar la estrecha relación de colaboración que se establece entre el Yo y Dios a la hora de someter al cuerpo a un orden establecido, dedica de manera sorprendente un capítulo al riau-riau. En este ejercicio ritual, batalla política y danza a su vez, Echeverría vislumbra una actividad posible liberada de cualquier finalidad, meta o consecución que no sea la de ganar espacio para la continuación del baile.
La fiesta es en efecto, de la misma manera que un intervalo musical, un estado de excepción temporal. Según Manuel Delgado, la fiesta de alguna manera no tiene duración. Pues supone una puesta en suspenso del mismo devenir del que es la exaltación misma. Esta transgresión temporal (de la cual el carnaval sería el exponente más claro) tiene una función clave a la hora de ordenar la temporalidad propia de la sociedad en la que se inscribe.

En otro ámbito de cosas, cabe señalar que la modernidad, lejos de desencantar el mundo, habría sacralizado (con la transgresión como su punta de lanza) las más diversas formas de experimentar el mundo. Podríamos citar al respecto la observación de Michael Taussig acerca del desplazamiento que la modernidad ha hecho de lo religioso hacia el discurso de las drogas: «Las sociedades modernas y en especial los Estados Unidos, después de haber hecho las drogas ilegales y fijar sanciones extraordinarias para su uso y venta, ha logrado llevar a la lógica del tabú y la transgresión que subyace en lo sagrado a su perfección más terrible».
Así, la pretensión de la racionalidad moderna por abolir lo sagrado en realidad no ha sido sino un intento por abolir el conflicto que subyace en su lógica. Un intento por hacer de lo sagrado un espacio único, ubicuo, capaz de inmiscuirse hasta en las más recónditas esferas de la conducta humana.
En «El extrañamiento del mundo», Peter Sloterdijk apunta las relaciones entre lo sagrado y el uso de sustancias como huida ante la «exigencia excesiva de la existencia». Una huida en la que la escucha es tomada como una especie de modelo: «Desde que hay auriculares, el principio de desconexión del mundo progresa en el moderno consumo musical también a escala de los aparatos. A partir de todo esto, va siendo cada vez más próxima una evolución drogoteórica de todas las formas de ambientes más «sutiles» en la modernidad. Hoy, difícilmente podría darse un fenómeno de cultura contemporánea en donde no se manifestaran vestigios de técnicas cuasi musicales de distanciamiento del mundo. El más moderno coccooning, las emigraciones masivas de sujetos modernos al inaccesible interior de retiros, juergas y simbiosis, no sería posible sin la inmersión en el menú tonal de la instalación sonora. El distanciamiento del mundo es el mínimo común denominador de la sociedad poliescapista.»

Esta nueva edición de Hirugarren Belarria trata de describir los modos en los que se nos presenta hoy en día lo sagrado con todas sus ambigüedades: los nuevos usos que hace de las cosas y la violencia con la que aparece en escena, los vestuarios y las voces con las que se presenta, las múltiples caras con las que no ha parado ni un instante de aterrar al mundo.

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